(No bears, Jafar Panahi, 2022)
Presentada en algunos festivales internacionales, Amnistía Internacional sirve ahora de plataforma de distribución a la más reciente película del combativo cineasta iraní Jafar Panahi. También de grito de auxilio sobra la situación de opresión de la sociedad iraní y la persecución de sus cineastas, como es el caso de Panahi, encarcelado después del estreno de esta película y actualmente, al parecer, en libertad condicional. Es una llamada de atención, para que al menos durante 107 minutos proyectemos nuestra mirada hacia esos mundos invisibilizados que también forman parte de nuestro tiempo.
Que las dificultades estimulan la imaginación queda patente en esta película, nacida de la clandestinidad y cuyo tema central es precisamente éste: las dificultades y las estrategias del cineasta para sortear todo tipo de obstáculos del poder, además de las propias limitaciones de la producción y aun así hacer una película plena de coherencia, con intensidad dramática, interés narrativo, complejidad estructural y una poderosa estética que mana de la realidad misma. La pantalla se transforma en una especie de visor con las mínimas intermediaciones, destacando la autenticidad de las imágenes y la de todos los personajes que se asoman en la historia, que se convierte en un inverosímil ejercicio de eso que damos en llamar “cine dentro del cine”, también podríamos llamarle “ficción sobre la no ficción”.
Es verdad que la película toma dos pretextos narrativos recreados ficticiamente, hábilmente suplementados, dos historias amorosas de pareja que articulan el doble plano: el de la realidad figurada y el de la ficción docu-dramatizada. De tal manera que el principal valor de la película es su naturaleza testimonial sobra las propias dificultades del cineasta para realizar su oficio, pero también sobre la opresión y el tribalismo en la pervivencia de ritos y creencias que afecta a la vida y a las relaciones sentimentales entre las personas. En la ficción dentro de la ficción, una pareja a punto de lanzarse al vértigo de escapar del país con pasaportes falsos, buscando una vida en libertad, asunto principal de la película que rueda Panahi, interpretándose a si mismo; o más bien, mostrándose. Y otra pareja ausente de la pantalla, perceptible solo a través del entorno de personajes corales, al frente de las acciones de un comisario de policía, quienes pretenden hacer prevalecer la atávica costumbre de que las mujeres al nacer vean sometido su destino crucial para el que parecen haber nacido, el de su matrimonio, al del hombre al que son adjudicadas en el instante mismo del parto, al romper el cordón umbilical que paradójicamente, lejos de emanciparlas en la vida como seres autónomos las convierte en víctimas de un sistema, del que difícilmente lograrán escapar. No hay robo mayor que el de la identidad y la dignidad humana.
Federico García Serrano