Icíar Bollaín, España, 2021, 115 minutos
Desde referentes ya lejanos, como Comando Txikia (1977) de José Luis Madrid, Días contados (1994) de Imanol Uribe, La pelota vasca (2003) de Julio Médem, el problema vasco ha hecho aparición recurrentemente en las pantallas cinematográficas, como una crónica de la propia evolución del proceso político trascendental en la sociedad española de nuestro tiempo. Las más recientes entregas (la mini serie Patria, a partir de la novela de Fernando Aramburu y Maixabel de Icíar Bollaín) aparecen sobre los rescoldos de la memoria de un conflicto que aún mantiene abiertas las heridas, mientras el pueblo vasco ha recobrado una paz ansiada, que no significa ni el fin de los sentimientos nacionalistas ni la solución definitiva de sus reivindicaciones, pero mantener viva la memoria y el recuerdo de las víctimas de ambos lados debe verse como una aportación al futuro.
Estos son los buenos propósitos sobre los que se reconstruye la historia de Maixabel Lasa, esposa del dirigente socialista Juan María Jáuregui, asesinado por ETA en el año 2000. Recreando hechos reales, once años después la viuda de Jáuregui ha reconducido su vida cuando recibe una petición inesperada: uno de los asesinos de su esposo solicita entrevistarse con ella en la cárcel de Nanclares de la Oca /Álava, en la que cumple condena, tras haber roto sus lazos con la banda terrorista.
Enfrentándose a la opinión de su entorno, en Maixabel prevalece el deseo de perdonar y pasar página y accede a mantener el cara a cara con los asesinos de su esposo, tal vez porque es un proceso necesario para comprender el problema de una manera que permita aportar gestos para una futura reconciliación del pueblo vasco. La verdad que subyace detrás de la historia, la narrativa fluida de Icíar Bollaín y la creíble interpretación de las dos actrices que han triunfado este año en los Goya, Blanca Portilla y María Cerezuela, junto al espléndido trabajo de Luis Tósar y la música de Alberto Iglesias recrean la atmósfera dramática de una película que muestra con crudeza las heridas, aún no cerradas, del conflicto.
Federico García Serrano