Así como la colosal Metrópolis de Fritz Lang situaba el futuro (2026) un siglo más allá de su tiempo (1927), la primera gran distopía de los tiempos modernos, Blade Runner puso el ancla del futuro en un horizonte más próximo: la acción del implacable cazador de replicantes, el ex–blade runner Rick Deckard, se desarrolla en una alucinatoria ciudad de Los Ángeles, en el mes de noviembre del año 2019, cuya frontera acabamos de traspasar. De tal modo que ya hoy, como sucediera en 1985 respecto al año de Orwell (1984) podemos mirar “al futuro” imaginado por Philipp K. Dick echando la vista atrás, o rizando el rizo hacia el propio ombligo del tiempo, para asombrarnos de cómo la imaginación acaba por convertir en obsolescente a la propia vida, o al “futuro pretérito”, por más que, según el consabido tópico, “la realidad supere siempre a la ficción”. No es una patraña. La literatura, primero, y el cine, después, nos han acostumbrado a estos lúdicos galimatías metafísicos, que nos hacen sonreír ante la contemplación de como nuestros antepasados imaginaron los tiempos futuribles y distópicos que nos ha tocado vivir hoy y que están condenados a una eterna obsolescencia. Así que una sensación de vulgaridad nos invade a los que hemos recogido el testigo de sus miradas y de sus ensoñaciones. Es verdad, la tecnología lo ha modificado todo, la vida, las costumbres, los trabajos, pero es como si la realidad se hubiera quedado corta, nuestras ciudades no son tan galácticas, no sobrevuelan los automóviles sobre nuestras cabezas, no hay tantos botones ni lucecitas, aún vestimos con pantalones vaqueros y no con monos “plastificoides”, aún tomamos el autobús y el metro, todavía no nos teletransportamos. Nuestros barrios se siguen pareciendo en mucho a los de antaño y el diseño, el urbanismo y las modas son un fiel reflejo tímido de ese afán por alcanzar una modernidad que eternamente reproduce la propia idea vieja de futuro, situándolo en su lógico lugar, esto es, una meta inalcanzable. A cada instante el futuro de muere y vuelve a nacer, pero paso a paso, día a día, en casi imperceptible mutabilidad. No era para tanto, hombre. Las distopías se van quedando viejas, son divertidos ejercicios catatónicos que nos han permitido vivir emociones casi inimaginables y contemplar paisajes alucinatorios sin consumir mayor droga que ese maravilloso elixir llamado cine. Pero lo fantástico es que no han perdido ni un ápice de su hechizo: podemos volver a ver Blade Runner otra y mil veces más, que la fascinación permanece por más que las imágenes que se proyectan en la pantalla sigan siendo tan efímeras como siempre.
Los azares del destino han hecho coincidir la efeméride, con el próximo estreno del episodio IX de Star Wars (El ascenso de Skywalker). Otro prodigio de la multiplicación del asombro del público ante la ciencia ficción, que mantiene contentos a la legión de seguidores y que sigue propiciando suculentos rendimientos en taquilla, lo cual no puede ser una casualidad, sino que debe obedecer a poderosas razones que nos invitan a reflexionar sobre toda esta fenomenología, esta interacción entre los tiempos y los sueños, las vidas ordinarias y el sentido de lo extraordinario que es la esencia del género. Definitivamente, el futuro según la ciencia ficción solo puede situarse en otra dimensión fuera del tiempo real, pertenece, como la idea de dios, a la metafísica de los sueños y ahí hemos de dejarla. Nunca llegaremos a tocarlo con las manos, por más que el calendario se empeñe en advertirnos que lo hemos dejado atrás. Se nos ha colado por alguna rendija, de entre las muchas que existen en la jaula de nuestros pensamientos.
También este traspaso al otro lado del futuro es una invitación para un nuevo visionado del clásico de culto de Ridley Scott, incluso hacer una pequeña revisión de las múltiples versiones existentes, hasta siete, de la mitificada Blade Runner (1982): fundamen-talmente, las tres más fácilmente disponibles: la estrenada en su momento (montaje original) y la re-estrenada en 1992 para el mercado de DVD, cuando ya era una película mitificada (versión del director); y la re-masterizada en 2007 (Final Cut), al cumplirse el 25 aniversario.
Federico García Serrano