(Sobre una novela de Sara Mesa, Isabel Coixet, 2023)
A través de una sencilla historia: abordar conceptos esenciales, diseccionar ideas y emociones, establecer premisas de pensamiento que van más allá de las arquitramas al uso, que se asientan sobre modelos sociales convencionales. Esto es lo que básicamente nos ofrece Un amor. El relato literario de Sara Mesa, fielmente adaptado al cine en la película de Coixet, tiene esa capacidad de entrar en la zona oscura del ser humano, sacarnos de lo cotidiano, acompañando a un personaje femenino en huida (no sabemos de qué, aunque intuimos muchas cosas ¿del tópico de la ciudad?) en un retiro voluntario con un cierto carácter espiritual, para entrar en contacto con la naturaleza, en un lugar apartado y entre un reducido grupo de seres humanos reducidos a caracteres primarios. O personajes secundarios que tienen algo de arquetípicos para establecer un contexto, un nexo de relación entre el paisaje y la historia. El relato Mesa-Coixet tiene la capacidad de sorprendernos con una propuesta que no es en absoluto un dilema moral, sino una reflexión casi etnográfica sobre las pulsiones y la naturaleza animal del ser humano (en este caso en femenino) que se explora a sí mismo, identificando impulsos irracionales, pero que no son ajenos, sino que nace de lo más profundo de la identidad. Es casi un modelo donde identificar las tensiones freudianas entre “el yo, el super-yo y el ello” en una sencilla propuesta literaria sin muchas pretensiones intelectuales.
Argumentalmente, la película puede contarse en pocas palabras: una mujer de 30 años, traductora de profesión, ha optado por un cambio de vida, dejó atrás la ciudad y un pasado incierto para trasladarse a vivir en un pequeño pueblo aislado en la geografía española, un lugar imaginario llamado La Escapa. Su nueva casa es un desastre, su casero una especie de acosador, su nuevo vecindario un grupo de curiosos que le convierten en la novedad de un sitio donde nunca pasa nada… En este contexto, aparece un personaje primario que lo cambia todo, provocando un cataclismo en el mundo emocional de la mujer.
Sara Mesa hizo un desarrollo literario muy introspectivo, tratando con sensibilidad, pero de manera muy directa y sin tapujos todas las trasgresiones que plantea el relato. Coixet aporta una puesta en escena donde las cosas se hacen inevitablemente explícitas, en la evidencia de las propias imágenes, aceptando sin rubor las propuestas del relato. No hay mucha distancia, pues la película es una adaptación bastante fiel, con algunas licencias, sobre todo al final, pero lo más trascendental es la dimensión que da a su personaje la actriz Laia Costa, y la enorme mole humana que le sirve de confrontación, el actor de origen libanés Hovik Keuchkerian, antiguo bexeador de pesos pesados, en la actualidad un hombre fondón en edad madura, tosco y sin aparente atractivo físico. Jugando a establecer comparaciones con ejemplos de sexualidad irracional, la película queda muy lejos de aquella provocativa y casi surrealista Max, mi amor (1986, de Nagisa Oshima, con Charlotte Rampling) aunque sí es un anti cuento de hadas, en la estela de La bella y la bestia, si no en las formas si en algunas obsesiones freudianas que me hizo pensar en Toni Erdmand (2016), aquel aldabonazo en los convencionalismos de lo femenino que propinó la cineasta alemana Maren Ade.
Federico García Serrano