Escuetamente, la película se define perfectamente en su sinopsis: un hombre y su hijo recorren el desierto de Marruecos buscando a su hija (y hermana), desaparecida meses antes en una rave (fiesta ilegal de música electrónica), en un lugar perdido de las montañas del sur del Sahara. Vastas dunas de arena, un impactante paisaje desértico, calor asfixiante, furgonetas de raveros, anti sistemas consagrados a su forma de vida alternativa, drogas, alucinaciones… Sirât nos descubre ese mundo; podría clasificarse como una singular road movie, asumiendo las peculiaridades: más que carreteras, el escenario son las rutas de arena que conforman los laberintos del desierto. También como un drama muy trágico y un thriller que va aumentando la tensión hasta el límite. Una película de intriga, que también admite el tópic “desaparecidos”. Incluso, si de identificar géneros se tratara, podría considerarse como un musical, dada la fuerza de la banda sonora de Kanding Ray, y el fenómeno contracultural de conciertos techno que sirven de referencia, que son ingredientes fundamentales del film, de su ritmo, su argumento y su estética. Sin embargo, Oliver Laxe consigue una vez más, añadiendo su química personal, realizar una obra audiovisual de enorme singularidad, como nacida de la arena, que responde a su manera muy personal de entender lo que narra y su forma de hacerlo: el arte es tal si conmueve, interpela a la conciencia y tiene como objetivo hacernos pensar y poner en la escena pública los conflictos morales de una manera que provocará el rechazo de muchos, pero de la que es difícil desentenderse.
Federico García Serrano
(Sirât. Trance en el desierto. Oliver Laxe, 2025)

