Llegó la inteligencia artificial y nos demostró que la sensibilidad humana también puede programarse. No tuvo que esforzarse mucho: la cultura de masas le proporcionó millones de seres humanos estereotipados a los que analizar, en sus gustos, en sus costumbres. En sus deseos, en sus amores y en sus perversiones. En sus clones. Los algoritmos nunca lo tuvieron tan fácil: las masas se comportan como las mareas, son incluso más predecibles que los huracanes o los terremotos. Ya en cine de consumo investigó estas inercias, pero para cuadrar el círculo fueron necesarias las máquinas, capaces de diseñar el concepto a la medida de la definición, así se cuadran y se redondean todas las cosas. Es una simple cuestión de aritméticas y perspectivas. El guion se construye bajo la servidumbre del espectador, porque estará diseñado, como los avatares y los cosméticos, para producir beneficios.
También la depuración de la cultura facilitó la elaboración de esquemas y diagramas de flujo. Desde hace siglos se sabe cómo empezar: ”Érase una vez”, luego llega, por ejemplo, el avatar “chico” conoce al avatar “chica”, con tantas posibilidades de producir especímenes diferentes como la propia genética humana, regulada por las leyes de Mendel. Como tantos otros… A su alrededor, amigos con la misma infinidad de variables y enemigos mejor ajustados al arquetipo del “malo”, obstáculos, trampas y rampas de alunizaje para saltar de un mundo a otro. Para generar conflicto, mejor no salirse mucho de los básicos: flechazos, celos, robos, cuernos, venganzas, lucha por el territorio, por el poder, servidumbres, vasallajes, todos se reducen a dos: amor y muerte, en sus variados escenarios, circunstancias y sorpresas. Aderécese con un mcguffin, y organícese de tal modo que se abran y se renueven expectativas, que se refuercen las vanidades, los egos, las modas, y que el viento sople finalmente a favor del héroe y la heroína, no sin antes someterles a todos los castigos que alimentan el morbo, los bajos instintos inconfesables, los modelos de perversión más secretamente deseados. Diséñense en la línea del tiempo los climax y aprovéchense los movimientos de la marea de la atención humana para poner píldoras de adicción en los momentos bajos, donde se engancha a los pobres de espíritu, a los peleles, a los desgraciados. Que el final parezca, pero no sea, que tenga guinda, guiño o descosido por donde hilvanar las nuevas piezas, las secuelas, todo spin-off de la matriz de los huevos de oro, de la teta de la vaca. El colorín colorado también puede clonarse para travestirse en el cuento de nunca acabar.
Por contraposición, sería un gran error no saber valorar lo que la I.A. puede aportar a este, como a todos los campos de la creación artística. Estamos ante la más poderosa herramienta cultural de la Historia, es un reto hacer un buen uso de ella, que la incorporen los creadores junto al pincel, la pluma, las cámaras, el ordenador… al servicio de la innovación, de las ideas y de la reflexión sobre las grandes cuestiones que han centrado la actividad artística a lo largo de la historia.
Quiero creer que aún no todo está perdido. La humanidad sobrevivió a los dinosaurios, al diluvio universal, a la caída del imperio romano, a las hordas bárbaras, a los absolutismos y a los nazis… será cuestión de tiempo sobrevivir a los neonazis y no dejarse dominar por demoníacos algoritmos.. Como en la Jetté el espécimen humano sobrevivirá en las alcantarillas esperando el momento de volver a la luz y renacer de las cenizas. David volverá a poner su pedrada en el ojo de Goliat. La historia se repitió, se repite y se repetirá hasta el fin de los tiempos… y para entonces, todos calvos, flotaremos por las galaxias como energía errática en permanente metamorfosis. O vaya usted a saber…
Federico García Serrano
Nota: «Imagen creada con inteligencia artificial con la colaboración de Leonardo A.I., 2025.»
