Con un guion original del propio Brady Corbet y Mona Fastvold, The Brutalist es una película que tiene mucho de fórmula de laboratorio. Un producto concebido para el éxito, que pese a sus múltiples nominaciones se ha quedado a mitad del camino, quizás porque aflora en exceso este trabajo de trastienda, que mezcla hechos y personajes históricos y otros de ficción, clichés, tópicos y arquetipos. El plan argumental es el de un gran melodrama romántico, con su épica de emigrantes de la Europa devastada que encontraron en Estados Unidos una tierra de promisión, tras la Segunda Guerra Mundial; y su pretexto: la pasión del protagonista por la arquitectura. Se toma como personaje central a uno de estos emigrantes, un visionario arquitecto húngaro, supuestamente de ficción, llamado László Toth, extraído del mito forjado en la Bauhaus, y representante fundacional del minimalismo arquitectónico conocido como brutalismo, estilo arquitectónico radical que triunfó en las décadas de mitad del pasado siglo. El trasfondo ideológico de la película es judío (frecuente en la financiación de películas de alto presupuesto) y, en fin, se trata de una historia de muy, muy larga duración (tres horas y media con un intermedio programado a mitad del film); una vez más, formato predilecto de quienes aspiran a hacerse hueco entre las grandes superproducciones cinematográficas a base de multiplicar el metraje. Tal vez sin los elementos dramáticos necesarios para justificar su duración, si pensamos en su exhibición en salas.
