(A complete unknown, James Mangold, 2024)
La afirmación que encabeza el reparto de la película (Timothée Chalamet is Bob Dylan) es algo más que un crédito, es toda una declaración de intenciones. Según puede leerse en las entrevistas que forman parte de la promoción del film, el actor preparó durante cinco años, “aprendiendo a tocar la guitarra como él, a cantar como él, a moverse como él” (Fotogramas, F. Chico, 5.3.2025). Como ya demostrara en La cuerda floja (Walk the Line, 2005) el director James Mangold tiene una gran habilidad para transfigurar a actores singulares en míticos personajes (inolvidable el Johnny Cash de Joaquin Phoenix). Cabe repartir los méritos. La magia del cine obra el milagro de una misteriosa fusión de identidades, hasta el punto que el espectador puede llegar a olvidarse del personaje real en beneficio del fenómeno cinematográfico que, al fin y al cabo, es el que le llega y sirve para dar una nueva dimensión, para bien o para mal, al mito recreado en la pantalla. Si la película te llena, si ocurre eso tan difícil de que el personaje llena la pantalla y te atrae hasta la fascinación, el objetivo prioritario se ha cumplido. El recorrido de ambas películas sigue un trazado similar: tomar al personaje desde sus cimientos para llevarlo hasta la cumbre temporal de un concierto mítico; si en la prisión de Folsom, Cash se consagró como el gran artista galáctico que superó en ventas a los Beatles, en el concierto de rock eléctrico de Newport, Dylan rompió los moldes del rock y desafió a la industria discográfica persiguiendo el gran objetivo de su vida, que no parece haber sido otro que llegar a ser él mismo, trasgresor, irreverente, un filósofo poeta con una guitarra en las manos.
