Publicación independiente de crítica y análisis fílmico

Reflexiones

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El Napoleón de Ridley Scott: “el emperador pasmado”

(Napoleón, Ridley Scott, 2023)

Podemos presumir que no estaba en la mente de Ridley Scott, ni de su guionista, David Scarpa, la novela que nuestro Torrente Ballester en la que satirizó sobre las debilidades amorosas de un rey español en la edad del pavo, Felipe IV, y sus obsesiones por la desnudez de la reina. Pero como quiera que los recovecos de la Historia son inescrutables, por caminos tan dispares se ha llegado a semejanzas tan rocambolescas. El Napoleón que nos presenta la versión, superproducción, cinematográfica del director americano, una estrambótica y satírica caricatura del Emperador más famoso y discutido de la contemporaneidad, está de igual modo obnubilado por los encantos de su emperatriz, Josefina, que ni siquiera le distrajo del pasmo ser el cabecilla de la mayor revolución jamás contada, el trasiego planetario para ponerse al frente de sus ejércitos desde Egipto hasta Rusia pasando por toda Europa, zampándose mariscales, masacrando  tres millones de soldados de todos los colores y acentos, incautando despiadadamente obras artísticas y auto labrándose una gloria para cuya propaganda trabajaron los más grandes artistas de su tiempo, coronándose en Notre Dame con la pompa de un pontífice. Al menos a Felipe IV el calzón le colgaba y la historia le venía rodada, la gloria imperial de su abuelo ya estaba en el fango y solo necesitó para inmortalizarse dejar los asuntos correr en manos del Conde Duque de Olivares y posar para el bueno de Velázquez… pero Bonaparte tuvo una enorme trabajera, tanto para salir indemne de tantas conspiraciones internas y externas como ese trajín constante deslomando caballos para estar en todas partes y cosechar tan fabuladas victorias como estrepitosas derrotas.

El misterio de Josefina

En la película han inventado una escena clave, arquetípica: en ella, para seducir al emperador, la bella Josefina abre las piernas y le invita a mirar, porque nunca podrá olvidar lo que va a ver. Y así es, hasta tal extremo queda trastornado el macho que, a pesar del poderío como general de generales, Napoleón (bajo el pasmo que supuso para Joaquín Phoenix interpretar este personaje) hizo suyo hasta saciarse el célebre título de Amaral, Sin ti no soy nada. Porque ella, hechicera, supo darle la vuelta a la tortilla, bajo el hipnotismo de una verdadera serpiente, si recurrimos a la versión masculinizada del origen de las especies. Si es verdad o, más probable-mente falsa la escena, que la Historia les juzgue, aquí no se buscaba sino un efecto cinematográfico, para que la historia encaje con recursos simbólicos destina-dos a funcionar para el gran público. Quizás para encontrar una explicación de tanta misoginia deberíamos desenterrar a Freud y leer con atención las memorias de Joseph Fouché, general y ministro de la policía de Napoleón, el hombre que estuvo a la sombra del emperador para participar primero en la trama que le llevó al poder, como urdir la conspiración que propició su caída.

Pero seguramente hay una explicación mucho más sencilla: los responsables de esta versión cinematográfica de Napoleón tuvieron presente el mandamiento de John Huston, de que toda película es una historia de amor y muerte. Como muertes las hay a cascoporro, debía fabricarse una gran historia de amor a la altura de los grandes dramas históricos, shakesperianos, épicos: Romeo y Julieta, Troilo y Crésida, Otelo y Desdémona, Marco Antonio y Cleopatra. Pero en lugar de recurrir a cualquiera de los muchos laberintos pasionales que orbitaron sobre la figura de Napoleón, sus generales, su familia, su hermana Paolina, etc, etc.., Scott y Scarpa han optado por simplificar, pues el producto buscado no es un culebrón por entregas, sino una gran obra para las grandes pantallas, de esas que ponen a prueba el culo de los espectadores con metrajes que no desmerezcan todos los mitos que “el tiempo no se llevó”. 

Así pues, poner todos los acentos y cargar tintas en la truculenta historia de Napoleón y Josefina entraba en las previsiones  para conseguir los objetivos de toda producción cinematográfica: muchas batallas espectáculo, es decir, grandes escenas de violencia y acción; y un tórrido romance para llenar los cines con la infalible fórmula: una historia  fácil, con morbo y gancho para los grandes públicos de la era digital, ligeros de cultura, wikipédicos y tan globalizados que las dicotomías entre historia, realidad y ficción les importan menos que las palomitas.

Federico García Serrano

Crítica

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