“Todo a la vez y en todas partes” y la era de las “pelis”

(Everything Everywhere All at Once, Daniel Kwan y Daniel Scheinert, 2022)

En la última ceremonia de entrega de los Goya el presidente de la Academia del cine español, Fernando Méndez-Leite, verbalizaba sin convicción un ruego: “yo quiero que las pelis vuelvan a llamarse películas”. Muchos le rieron “la gracia”, otros cuántos sintonizaron con el deseo y casi todos los más jóvenes se sintieron aludidos. En ese momento, y probablemente con segundas intenciones, el veterano cineasta estaba señalando una ruptura no del discurso cinematográfico, que siempre obedece a la propia metamorfosis clásica del lenguaje cinematográfico, sino también en la retórica del discurso de quienes lo someten a juicio (no siempre a análisis) en ese mundo desgobernado y sin patrones en que se ha convertido el ejercicio de la crítica cinematográfica. Se diría que la era de las películas pertenece a Vetusta y las “pelis” responden al espíritu de los nuevos tiempos: el del discurso fragmentado, las multi pantallas, la razón de la sinrazón y la obsolescencia de las arquitramas frente al libre albedrío de la narrativa. En este contexto llega a las pantallas, de un mundo irremisiblemente globalizado, Todo a la vez y en todas partes.      

Y tal como presagia su título, la “peli” más discordante de las últimas décadas se convierte en un gran éxito y llega al culmen: es la primera vez en la historia que una película acapara “todos” los grandes premios (los morlacos) de la Academia de Hollywood, colofón de muchos de los galardones imaginables de la crítica internacional. Puedes decir que no te ha convencido esta película, o sencillamente que no has entrado en el juego que propone y te has aburrido, que produce empacho, pero todo esto te delata: no perteneces al mundo de “las pelis”. Aunque no te sientas fuera del juego de las pantallas, aunque comprendas que el gusto y que los cánones de la belleza tienen sus ciclos, sus crestas y sus valles y sus socavones, pese a que te parezca interesante la trasgresión, la sorpresa y los “transgéneros”: tu época es otra. A todas las artes les llega esa gota que colma el vaso de los “ismos”, la renovación conceptual, la victoria de los sentidos y las sensaciones. Todo a la vez y en todas partes ha irrumpido con estridencia en el panorama audiovisual, como mucho más que una película transgénero, como una gran trituradora de películas de culto: el resultado es un caldo espeso que “coloca”, de hedor grisáceo, nacida para epatar. Y el que ose no sentirse epatado, será mirado como un cavernícola nostálgico anclado a esos otros mundos que ya no dependen de las modas ni de los tripis pseudo intelectuales.

Personajes que son solo hipótesis de lo que pudieron ser y no fueron, o de lo que han sido: una ceremonia de frustración que huye hacia adelante.

Primero mostrar la superficie y después dinamitarla.

Y la cuestión es que tampoco tiene nada de novedosa la técnica narrativa de una película que nace del rizo rizado de éxitos precedentes, triturados en la coctelera: Matrix, 2001: Una Odisea en el espacio, Marvel, El señor de los anillos, Eternal Sunshine… Un poco de Wong Kar-wai, un poco de Hon Sang Soo, David Lynch visto del revés, Gondry orientalizado y cualquier cosa que surja por el camino y entre en el batiburrillo, pues por definición argumental todo cabe en la fórmula de esta criptonita que parece nacida de la inteligencia artificial: ya que todo el mundo es lo que es y cualquier otra cosa que pudo o quiso o no supo ser. Así que todo en la película es un es, pero no es, pero pudo ser, y un trilerismo de lo ves, lo ves, pero no lo ves, porque esto es así, es asá y pudiera ser asisá. Te ríes, te ríes, pues ya no te ríes…porque esto es una tragedia, un drama, una comedia de enredo, un pepino, un trhiller psicológico, una película de dibujos animados sin dibujos pero con algo de kung-fú, gazpacho oriental dentro de una hamburguesa, pero un poco hot-dog y con cuatro guindas. Un siglo después de que Buñuel y Dalí cruzaran sus sueños para hacer Un chien andalou, estos Danieles con aspiraciones surrealistas juegan a sorprender y no dejarnos pensar para atrapar incautos en una de las películas más tramposas de todos los tiempos. Lo cual ya es mérito. Millones de especta-dores entran en este juego de trepida-ciones, se divierten, se sienten sorpren-didos, fascinados, deslumbrados, fagocitados en un juego de estridencias.

Lo que se propone es entrar por la puerta de un macro negocio de lavado de ropa, para que todo empiece a dar vueltas y más que lavar la ropa la desteñimos y la transformamos en otra cosa, como las vidas de los personajes. Por medio de una caprichosa ruptura interdimen-sional, la realidad de Evelyn (Michelle Yeoh), una inmigrante china en Estados Unidos, se altera como si hubiese traspasado la teoría de la relatividad: tiempo y espacio giran en torno a sí misma, como si hubiese metido la cabeza dentro de la lavadora. Así que Evelyn se ve envuelta involuntariamente en una aventura cruel, en mundos salvajes. Una amenaza apocalíptica lo envuelve todo y solo ella parece poder salvar al mundo de semejante pesadilla. Desnaturalizada en los mundos infinitos de un multiverso sujetos a los caprichos del guionista, esta heroína inesperada debe canalizar sus nuevos poderes para luchar contra los extraños y desconcer-tantes peligros del multiverso, mientras el destino del mundo pende de nuevos caprichos de los guionistas.

El indiscutible mérito de esta película es que nos hace ver en el espejo a los que la miran, nos descubre sus miserias y la evanescencia de los sueños de la nueva cinefilia que adora las “pelis”.

Federico G. Serrano

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