París, distrito 13: relaciones a la deriva

(Les Olympiades, Jacques Audiard, 2021)

Jacques Audiard nos muestra un convencional triángulo de relaciones en blanco y negro y un nada convencional puzzle de historias entretejidas, a la deriva.

A partir de tres relatos del artista gráfico Adrian Tomine, Audiard (y Celine Sciamma, coguionista) la película se plantea inicialmente de una forma bastante convencional. Emilie (Lucie Zhang) alquila un cuarto de su piso a Camille (Makita Samba), en lo que desde un primer momento se ve venir como un flechazo sexual. Así sucede. Entre ambos se inicia una historia de sexo sin amor que se transforma en amor si sexo, en amor en desamor, desamor sin sexo y otras variantes más ambiguas, fruto de unos personajes entregados a sus instintos más primarios y sus limitaciones afectivas. Cuando el ciclo parece cerrarse ante la aparición de una nueva amante, Amber (Jehnny Beth) y el descaro de Camille llevándola a casa de Emilie, la historia entra en pausa y la película da un giro narrativo para descubrirnos a un nuevo personaje, Nora (Noémi Merlant), que tiene la portentosa capacidad de acaparar la película desde el primer momento en que aparece en pantalla, transformando a todos los demás en personajes secundarios. En la parte a mi juicio más brillante de la película, Nora aparece como una mujer treintañera decidida a reanudar sus estudios universitarios. Para igualarse y ser aceptada por sus compañeros más jóvenes, se compra una peluca rubia, se pone una minifalda y acude a una fiesta de estudiantes, con la fatalidad de que por su extraño y sensual aspecto es confundida con una popular stripper de las redes sociales. En la fiesta se corre la voz de la presencia de la stripper y se arma un gran revuelo y momentos azarosos para la chica. La situación empeora para Nora cuando todos se dan cuenta de su verdadera identidad, lo cual la deja marcada entre el grupo (un conglomerado de personajes vacíos y estúpidos con el que Audiard caricaturiza a la juventud universitaria, sacrificada en aras de su desasosegante rol en la película). El juego, a partir de aquí, consiste en que Nora huya de su fracaso y reestructure su vida: busca trabajo en una inmobiliaria y así es como se encuentra con Camille y sus atributos de macho negro, que por unos minutos habíamos olvidado. Otra vez se ve venir el torrente de hormonas y la falta de solidez de unos personajes sometidos a todos los caprichos de la historia, para retorcer todo lo retorcible y procurar encuentros amorosos más pensados para el espectador que está al otro lado de la pantalla, que para expresar emociones que no existen sino en forma de desahogos sexuales. Hay un fulgurante flash de unos fotogramas en color, que parecen el banderazo de salida para que la película se vaya descarriando en una frenética huida de si mismos de todos los personajes, que se encuentran, se separan, se distancian, se reencuentran.., es como entrar en una espiral de sensaciones circulares, como en un torbellino que les va hundiendo hasta tocar fondo, incluso antes de que la película se haya terminado.

Federico García Serrano

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