(Eva Riley, Reino Unido, 2019)
La irrupción repentina de un hermano (del que nada sabía) en la vida de una adolescente estudiante de gimnasia rítmica, provoca el cataclismo emocional que sirve de desencadenante en la lúcida historia que pone en escena la joven directora y guionista escocesa Eva Riley, hasta la fecha con una reputación forjada en el territorio del cortometraje, que presenta su ópera prima este año en el Festival de Sevilla (con proyección en Filmin), después de haber pasado por Cannes con cortometraje (Patriot, 2015).
La niña, Leigh (Frankie Box) y el chico (Alfie Deegan), perfectamente transfigurados en sus debutantes intérpretes, construyen a partir de una premisa tan nítida de planteamiento como compleja en su elaboración, una sencilla historia de encuentros y desencuentros con el otro y con la propia identidad, en cuyo descubrimiento se hayan inmersos compartiendo encuentros cruciales, con el débil nexo de un padre de figura desdibujada, tan perdido o más que los propios adolescentes en la necesidad de encontrarse a si mismos. La habilidad de la cineasta es haber construido una historia en equilibrio sobre la inestable encrucijada de tres personajes que aparecen en la pantalla como si la vida se los hubiera prestado al cine para sondear los límites de la historia y de sus personajes, de la vida y la simple subsistencia.
Una narración formalmente impecable, uno de esos modelos de guion donde el artificio estructural de todo relato queda sólidamente enmascarado por el devenir de cada escena con prodigiosa naturalidad, provocándonos esa inmersión dramática que tiene sus raíces sociológicas y narrativas en cineastas tan puros como Rhomer o Kent Loach.
Federico García Serrano