Styx, hijos del océano

(Wolfgang Fischer, 2018)

Lo que se suponía iba a ser una placentera travesía en soledad, unas vacaciones de ensueño, se convierte en pesadilla.  La protagoniza una mujer con muchos arrestos, de nombre Rike, médico de primeros auxilios en su vida ordinaria, que zarpa a la aventura solitaria como única tripulante de su propio velero, desde Gibraltar hacia una isla en el Atlántico, en la misma ruta que en sentido contrario muchos emigrantes se lanzan hacinados en barcos pesqueros al mar buscando una vida con esperanzas. En el primer tramo de la película, la aventura de la mujer basta por si misma para suscitar el interés y la curiosidad por este personaje, una mujer valiente y preparada para afrontar los riesgos, las mareas, la tormenta y las dificultades de la navegación en alta mar, que muestra una portentosa condición física. Pero concluida la presentación del personaje, en el primer giro dramático, se desvela el verdadero tema de la odisea marítima, cuando el rumbo de la mujer se cruza con un barco a la deriva cargado de emigrantes africanos. El aviso a las autoridades de la situación de emergencia que se está viviendo en el barco es un fiel reflejo de la actitud de los países desarrollados hacia este problema de los movimientos migratorios a la desesperada. Para servir al drama con el restringido propósito en centrar la acción en el pequeño barco de recreo de la mujer, según las convenciones de esta especie de subgénero, un adolescente africano que saltó del barco nada hasta el yate de la mujer, intentando salvar su vida y la del resto de sus congéneres. Y aquí se inicia un proceso de lucha y infructuosas llamadas de socorro, que se convierte en angustioso.

Federico García Serrano