Un mes sin películas
Cada año me lo propongo y este es el año en que aún no lo he conseguido. Se trata simplemente de tomar un mes de descanso audiovisual, probar a sentir el mono de no asomarme a las pantallas, ni las grandes ni las pequeñas, para comprobar como sería el mundo si no existieran ellas, las películas… Unas vacaciones sin cine, sin televisión, sin ventanas digitales… Un retorno al hombre decimonónico, que acudía a las tertulias, leía libros, periódicos, libros.., que disponía del tiempo necesario para pasear, tontear con el tiempo, mirar las estrellas y observar que tan despacio se producen las puestas de sol, cuando el astro rey esconde su solemnidad anaranjada y acarminada sobre la línea del horizonte, con prodigioso equilibrio.
En estas andaba el año pasado, en una playa del sur de Portugal, a la caza del instante crepuscular en el que siempre oí decir que puede verse el mítico rayo verde, que además de una película de Eric Rohmer es también una novela de Julio Verne y un efecto óptico que nos regala cada día la naturaleza y que redescubrí por casualidad un año antes, en las playas de Normandía. Fue algo prodigioso, un instante de magia más fugaz incluso que cualquier estrella de San Lorenzo. Lo busqué a propósito el año siguiente, en la línea mágica del océano portugués, y durante varios días el instante fugaz no asomó a mi distraída mirada, cuestión de concentración, de no parpadear, de persistir en el intento con los ojos bien abiertos… y así volvió a aparecer, por segunda vez en mi ya larga y monótona vida, invitándome a preguntarme cómo es posible pasar por la existencia y no reencontrarse con este escuálido arco iris monocromático y rectilíneo, puntual, espectral, inaprensible, casi invisible.
De cuántas cosas, me preguntaba, me habrán privado las películas, pero cuántas cosas, cuántos paisajes humanos, cuantas emociones fantasmales habrán provocado. No cometeré la estupidez de ponerlas en una balanza, ni creo que pueda hacerse otra cosa que felicitarse del tiempo que nos ha tocado vivir… pero un mes sin películas… no sé, la idea sigue ahí, tal vez es misión imposible, las pantallas nos persiguen y mucho más si uno no busca lugares raros, exóticos y lejanos, perdidos en las selvas amazónicas o en los paraísos vírgenes, sino que se acomoda en el modesto refugio de la sierra madrileña, como cualquier ser normal y corriente sin ningún interés como héroe cinematográfico, entregado a las rutinas de la vida, de la única existencia que nos toca vivir compartiendo más minutos de hipnotismo con los seres efímeros de la luz que con los otros, de carne y hueso, que hacen de la realidad algo casi desconocido, consagrados, como estamos, a la ficción, a las omnipresentes pantallas…. Me da ahora por pensar en esos 21 gramos que separan la vida de la nada… Más que nunca, creo necesitar un mes sin películas…
Federico García Serrano