Festival de cine europeo de Sevilla

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Del 9 al 17 de noviembre de 2018
Es de agradecer un festival donde al fin son más importantes las películas que los egos, la vanidad y el narcisismo de quienes las hacen y de quienes las someten a juicio. Una organización muy eficaz, donde abunda la información necesaria, resulta muy fácil desenvolverse, todo es cercano y fluido. Y muy especialmente, la programación responde a lo que cabe esperar: una selección muy coherente de películas europeas que permite cada año tomar el pulso a las tendencias, las novedades y títulos significativos de la temporada en curso. En fin, un encuentro donde el propio festival no quiere ser más protagonista que el cine que acoge: un sitio donde disfrutan los que sólo quieren ver buenas películas.

 

PRIMERAS IMPRESIONES: PANORAMA DEL CINE EUROPEO 

Federico García Serrano

 

Non-fiction (Doubles vies), palabras y mentiras

(Olivier Assayas, 2018)

Si algo tiene bien acreditado Olivier Assayas es su capacidad para construir personajes basados en la confrontación dialéctica. Se han comparado los diálogos de su última película (Dobles vies, 2018) con los de Woddy Allen, por su ingenio y su humor satírico. La referencia es oportuna, sin embargo existen notables diferencias: para el cineasta neoyorkino los personajes intercambian muestras de ingenio verbal estilísticamente  relacionado con las tradiciones de la comedia americana, apoyándose en la situación y elaborando ideas como un notable ejercicio retórico que es expresión del sentido de humor peculiar del  cineasta, tan influenciado por los chistes judíos a los que ya se refería Sigmund Freud en sus ensayos sobre el tema. También tiene una dimensión freudiana la exhibición, la transferencia psicoanalítica, el desnudo integral con palabras, el strip-tease verbal que realizan sus personajes sobre la pantalla, pero los vocablos de los personajes del cineasta francés son mucho más que un ejercicio retórico para producir placer liberando gasto psíquico. Son verdaderas cargas con verbo de fusilería, con la doble intencionalidad de elaborar la confrontación, la esgrima retórica del conflicto, con el florete punzante del más refinado humor satírico, sino que al tiempo ponen el solfa los grandes traumas de la sociedad que vivimos, los conflictos generacionales de “esos jóvenes entrados en años” que no quieren ceder el testigo de una juventud que dejaron atrás hace mucho tiempo, en un ejercicio de simple anacronismo y resistencia a los cambios sociales y tecnológicos.

 

Donbass, viñetas de la guerra de Ucrania

( Sergei Loznitsa, 2018. Giraldillo de Oro, Gran Premio del Festival de Sevilla)

Hay guerras que casi pasan desapercibidas porque los telediarios tienen cosas “más importantes” que contar, como las corruptelas de turno, las patrañas de la política nacional, las violaciones que causan impacto social o cualquier otro acontecimiento que concite la atención de las audiencias embrutecidas por tanto iphone, tablets, multipantallas, minipantallas y tonti-pantallas. Y luego andan por ahí sueltas esas guerras que no se sabe muy bien cuándo empezaron ni si alguna vez se han acabado, en lugares que hay que señalar en el mapa no vaya a ser que se cuele en el itinerario de cualquier pareja de recién casados en busca de viajes exóticos. Por eso es muy de agradecer que un cineasta ucraniano se haya embarcado en la aventura de una coproducción de cinco países europeos para contar con aires de vídeo doméstico las crudas realidades cotidianas de las personas que conviven día a día con esta miserable contienda bélica entre nacionalismos exaltados y confrontados, en un mapa casi imposible de trazar desde la desmembración de la Unión Soviética. Son historias donde abunda el instinto de supervivencia, mezcladas con patriotismos, violencia, prepotencia militar, humillaciones, abusos de lesa humanidad, burocracia, pobreza, inmundicia… protagonizadas por gente que reivindica su derecho a una vida digna, a la alegría, a celebrar una boda, a crear un hábitat para los hijos en el que vivir no se convierta en un trauma.

 

Styx, hijos del océano

(Wolfgang Fischer, 2018)

 Lo que se suponía iba a ser una placentera travesía en soledad, unas vacaciones de ensueño, se convierte en pesadilla.  La protagoniza una mujer con muchos arrestos, de nombre Rike, médico de primeros auxilios en su vida ordinaria, que zarpa a la aventura solitaria como única tripulante de su propio velero, desde Gibraltar hacia una isla en el Atlántico, en la misma ruta que en sentido contrario muchos emigrantes se lanzan hacinados en barcos pesqueros al mar buscando una vida con esperanzas. En el primer tramo de la película, la aventura de la mujer basta por si misma para suscitar el interés y la curiosidad por este personaje, una mujer valiente y preparada para afrontar los riesgos, las mareas, la tormenta y las dificultades de la navegación en alta mar, que muestra una portentosa condición física. Pero concluida la presentación del personaje, en el primer giro dramático, se desvela el verdadero tema de la odisea marítima, cuando el rumbo de la mujer se cruza con un barco a la deriva cargado de emigrantes africanos. El aviso a las autoridades de la situación de emergencia que se está viviendo en el barco es un fiel reflejo de la actitud de los países desarrollados hacia este problema de los movimientos migratorios a la desesperada. Para servir al drama con el restringido propósito en centrar la acción en el pequeño barco de recreo de la mujer,  según las convenciones de esta especie de subgénero, un adolescente africano que saltó del barco nada hasta el yate de la mujer, intentando salvar su vida y la del resto de sus congéneres. Y aquí se inicia un proceso de lucha y infructuosas llamadas de socorro, que se convierte en angustioso.

 

Ray & Liz, memorias del subsuelo

(Richard Billingham, 2018. Gran Premio del Jurado. Festival de Sevilla)

Una película que parece surgido del “realismo de fregadero de cocina” (kitchen sink drama) de la década de los cincuenta y los sesenta del pasado siglo, que se define como la obra de los jóvenes airados de entonces desilusionados por la hipocresía social (los indignados de los tiempos más recientes) en formato memorias de la infancia, para descubrirnos una familia excéntrica, en una asfixiante atmósfera de insalubridad y convivencia disfuncional, incluso cruel, entre padres e hijos. Con los elementos típicos del drama doméstico llevados al límite, el desentendimiento de unos padres por la educación de sus hijos, que sobreviven en la ignominia, sirve al propósito de ir trazando unas colección de episodios con abundante proliferación de insectos y detalles escatológicos, recreación en lo nauseabundo de una convivencia tan atroz que llega a parecer más que un recuerdo, una desagradable pesadilla.

 

La mujer de la montaña, ecoterrorismo y maternidad

(Benedikt Erlingsson, 2018. Gran Premio del Público. Festival de Sevilla)

La mujer de la montaña es una película muy singular, tanto por el personaje central y la historia que se narra (una mujer, directora del coro local, comprometida con la causa ecológica que no duda en recurrir a procedimientos propios del terrorismo, pero sin más víctimas que las torres de alta tensión), como por su tratamiento visual y musical (inmersa en la música folk islandesa, con la incorporación a las escenas de un simpático terceto instrumental y un pequeño coro de tres mujeres ataviadas con trajes regionales del lugar). La peripecia quijotesca del peculiar personaje femenino sirve para buenos momentos de humor y acción. Por momentos tenemos la sensación de estar viendo un thriller rural, y por momentos nos hallamos ante una comedia musical sui géneris. Sobre este planteamiento y las advertencias, para añadir tensión a esta historia de alto voltaje, del cómplice de la mujer de que la policía está tras su pista, llega el detonante inesperado: la mujer recibe una carta en la que le comunican que se le ha concedido la adopción de una niña ucraniana. Y a partir de este momento, se abren dos tramas, una pública y otra secreta, que la mujer se esfuerza en conciliar. El resultado es una película “diferente”, visualmente poderosa por la fuerza del paisaje islandés y de la interpretación del personaje femenino (una actriz sorprendente con nombre casi imposible de pronunciar, Halldóra Geirharðsdóttir), con un papel en el que debe desdoblarse para transformarse en su hermana gemela, aliada imprescindible y exotérica, centrándose la acción en la lucha de la heroína por conseguir sus metas, sorteando persecuciones y todo tipo de obstáculos.

 

Alegría, tristeza, trauma emocional

(Ibon Cormenzana, 2018)

El press book de la película la define como un “drama luminoso”, pero también se podría decir que se trata de una “triste tragedia”. Lo peor de todo es que esta ficción está muy emparentada con la realidad, nos toca muy de cerca, pues sigue los pasos a un supuesto bombero involucrado en el atentado en Atocha (en referencia a los sucesos del 11-M), víctima del shock traumático y del estrés post-traumático pues en el atentado pierde a su propia esposa, quedando emocional-mente incapacitado  para vivir con normalidad su vida afectiva, a pesar de tener a su lado a su hija pequeña. Lo que al parecer se conoce como “alexitimia” (incapacidad de hacer corresponder las acciones con las emociones). Aunque la película se centra en el drama del bombero, la víctima colateral es la niña pequeña que no sólo perdió a su madre sino que asiste al derrumbamiento psicológico de su padre, incapaz de gestionar su grave discapacidad afectiva. Dado el tema y los acentos puestos en la recreación de una realidad reconocible aunque bajo el prisma de la ficción, resulta imposible permanecer indiferente ante las imágenes, con situaciones y diálogos abiertamente dirigidos a conmocionar al espectador. En este sentido, la inclusión de un personaje “positivo”, la doctora que se involucra en la recuperación del enfermo (interpretado con sensibilidad por Manuela Vallés), intenta poner un punto de esperanza (no sé si llega a “alegría”) en una historia tan dramática, que se lleva al límite de las casualidades para hacer vivir al bombero un nuevo suceso traumático que interrumpe su proceso de recuperación. En fin, alegría-tristeza expresa la dicotomía en la que se mueve la terapia del protagonista, pero en el film la balanza queda muy desequilibrada: alegría poca y casi todo el espacio para el drama.

 

Touch me not, las zonas oscuras de la sexualidad

(Adina Pintilie, 2018. Festival de Berlín 2018, mejor película y mejor ópera prima. Premios del Cine Europeo, nominada al Premio Doscovery)

No se si decir que Touch me not es una película perturbadora o una película perturbada, pero desde luego ante ella es difícil sentir indiferencia pues su capacidad de impacto visual y emocional es muy poderosa en sus escarceos por las zonas oscuras de la personalidad, de la sexualidad, incluso de la identidad. Frente a las muchas críticas negativas que el film está recibiendo, el hecho incontestable es que mereció el reconocimiento del jurado y el máximo galardón (el Oso de Oro a la mejor película) en la pasada edición de la Berlinale, además de una nominación a los premios del cine europeo. Cierto también que esto significa simplemente que la película gustó a un jurado presidido por un cineasta tan poco convencional como Tom Tykwer, pero su premio fue recibido como una gran sorpresa. Un buen exponente para la controversia que la película sin duda va a suscitar. La película gira en torno a las trasgresiones de cualquier norma social en torno al sexo, explorando sus límites. No solo por su temática (una mujer incapacitada para sentir placer sexual pero obsesionada con probar cualquier terapia que le aporte placer corporal) como también por su narrativa (la propia directora del film, la rumana Adina Pintilie en su debut cinematográfico) se involucra en primera persona en la trama del film, no solo adoptando el papel de obervadora (desde el visor de la cámara) sino incluso atravesando la frontera del campo-contracampo para intercambiar los papeles con su personaje y desvelarnos sus propios traumas emocionales, que presuntamente constituyen el germen de un proyecto tan arriesgado. Lo que para muchos no pasaría de ser una película X con pretensiones intelectuales, creo que es algo más: un ejercicio de desinhibición que pone al descubierto traumas de seres discapacitados, tanto física como emocionalmente.

 

La ciudad oculta, escenas del subsuelo

(Victor Moreno, 2018. Mejor fotografía, Festival de Sevilla)

No es un gran descubrimiento ni una novedad poner en la pantalla imágenes de la red de túneles del metro, alcantarillado y los mundos subterráneos de la ciudad de Madrid. Si lo es la poderosa estética lograda en este documental, el tratamiento visual de la ciudad oculta que se recrea, con una estética al modo, se diría, de Patricio Guzmán, aunque tal vez sin la fuerza de sus subtextos. Visualmente, la película es potente desde su comienzo, con la confusión inicial de un paisaje de estrellas con los reflejos inundados de oscuridad de las humedades de las cloacas. Hubiera sido interesante la fusión de esta película con la incursión en las cloacas del estado de Rodrigo Sorogollen (El reino, 2018), reforzar las intenciones de una y el reflejo de una realidad oculta de la otra, aunque ninguna de las dos consiga singularizarse más allá de lo que ya sabíamos, sospechábamos o podíamos intuir. Falta señalar la escasa fluidez narrativa, la recreación en tiempos dilatados que favorece el sentimiento claustrofóbico que se deriva de las imágenes, que no escatiman en dilatar el tedio, multiplicar las reiteraciones incidentes en señalar una atmósfera y una estética peculiar, entretenida sin mucha más ambición que mostrar esos paisajes impactantes escondidos a la mirada. Impacto que se justifica por si mismo, aunque tal vez se hubiera narrado con más eficacia, a mi juicio, con mayor brevedad en el tiempo y mayor progresión narrativa.

 

El silencio de otros, contra el pacto del olvido

(Almudena Carracedo y Robert Bahar, 2018. (Nominado al mejor documental, premios EFA del cine europeo. Premio del Público, Festival de Berlín 2018)

Centrado en la lucha de quienes todavía hoy se consideran víctimas silenciadas, familia de víctimas del régimen franquista, que siguen reclamando justicia y dar sepultura digna a los muertos que yacen en fosas comunes. El documental producido por Pedro Almodóvar fue filmado a lo largo de seis años, recogiendo los testimonios de las víctimas y los supervivientes del régimen siguiendo los pasos de la llamada “Querella Argentina”, a la que tuvieron que recurrir ante la pasividad de los tribunales españoles. En el origen de sus reivindicaciones está la denuncia al “pacto del olvido” sobre los crímenes del franquismo, sobre el que se fundamentó la transición española según el acuerdo de todos los partidos políticos. Pero los crímenes de lesa humanidad nunca prescriben, reclaman miles de voces, que denuncian la inoperancia de la Ley de Memoria Histórica y sus insuficiencias para el logro de sus propósitos. En un momento donde la Constitución Española está siendo puesta en entredicho por las nuevas generaciones, tal vez resulta incomprensible aquel pacto que, sin embargo, muchos justifican (no en el documental) pues propició el difícil acuerdo que posibilitó el establecimiento de la democracia en nuestro país. Pero obviamente aún hay muchas heridas sin cerrar, muchas voces silenciadas y muchos motivos para dignificar la historia, apelando a la justicia y atendiendo a las demandas a las que se pone voz de protesta y rostros indignados en el silencio de los otros.

 

Beast, un drama psicosexual

(Michael Pearce, 2017)

Moll es una joven contestataria que se siente atrapada por el control opresor de su familia en una aislada comunidad en la isla de Jersey. Este impulso rebelde le lleva a huir de su propia fiesta de cumpleaños, para perderse en una noche de fiesta y alcohol que finaliza en una situación comprometida, en la que está a punto de violada por un desconocido. A su rescate aparece repentinamente el joven Pascal, un misterioso cazador furtivo con el que la chica inicia una relación que se vuelve complicada cuando la ella descubre su turbio pasado como sospechoso de una serie de brutales asesinatos. La desaparición en la localidad de una muchacha de quince años y el posterior descubrimiento de su cadáver va cerrando el cerco sobre Pascal, pero Moll no duda en mentir para encubrir la verdad para protegerle, iniciando un peligroso camino de obsesiones y dudas, que la va distanciando de su familia hasta que llega el momento en que todas las dudas se ciernen sobre ella. La película que  obtuvo hasta diez nominaciones en los premios BIFA del cine británico y presentada en el festival de Sitges destaca por su narrativa fluida y la construcción de personajes basados en la ambigüedad, los secretos del pasado y las contradicciones de una juventud rebelde ante la vida fácil. Mantiene el interés y la atmósfera de un thriller con recursos convencionales, basado en la expresiva y carismática interpretación de Jessie Buckley y Jonnhy Flynn.

 

Pity, una penosa historia

(Babis Makridis, 2018)

Pity (Pena) es la muy penosa historia de un hombre que parece sólo encuentra placer en su propia pena y despertando la compasión de los demás, algo que no le resulta difícil de obtener pues su esposa está en coma en un hospital y sobre él recae la responsabilidad de educar a su hijo menor de edad. Los rituales de la tristeza se convierten en una especie de liturgia para el hombre que descubre una extraña forma de hedonismo morboso basado en la autocompasión, recreándose en sus episodios: la vecina que trae un pastel cada día, el dependiente de la tintorería que tanto le compadece, en fin, cualquier cosa o persona ante quien pueda mostrar sus drama personal, superior al de cualquier otro, encontrado la autocomplacencia de que ninguna situación penosa pueda superar a la suya. Con tan lineal planteamiento, la película avanza hacia su climax central, una bisagra para que la película bascule y renueve su recorrido en la segunda mitad del drama: cuando se produce la esperada llamada del hospital, descubrimos que el afligimiento del hombre no se debe al fallecimiento de su esposa, sino a su súbito despertar. El regreso a casa de la mujer propicia que se vayan derrumbando todos los mecanismos del masoquismo morboso de la pena y en el proceso de desquiciamiento las acciones por recuperar las penalidades traspasan todos los límites de lo imaginable… El resultado es película en general bastante lineal y reiterativa, echándose en falta matices, elementos que renueven el interés de la trama, quedando en una buena idea para un corto, con un desarrollo muy alargado con importantes baches narrativos.

 

 

La casa de verano, a la medida de Valeria Bruni

(Valeria Bruni Tedeschi, 2018)

Fiel a las señas de identidad de su directora, guionista e intérprete, la película es un retrato satírico de la burguesía, caricaturizada al modo que llamaríamos berlanguiano, que pasa el verano en una hermosa casa de la Costa Azul, un lugar para solaz de los desocupados que parece ubicado en otro mundo. Hasta allí llega Anna (Valeria Bruni) para pasar unos días de descanso junto a su hija, después de haber sido repentinamente abandonada por su pareja, sin haber podido llegar a asimilar la noticia. Rodeada de su madre, dueña del negocio familiar, de su hermana, familia, amigos y  empleados, Anna intenta reponerse de la ruptura sentimental, a la vez que se cita en la casa con su coguionista para redactar el guion de su próxima película. El ambiente parece desquiciado, enloquecido por las cóleras y los secretos que esconden relaciones de dominación, los miedos y los deseos, que cada cual afronta a su manera, multiplicándose en desarrollo coral las anécdotas y situaciones en las que el film se estanca, hasta el punto de perder el rumbo, a la deriva de una aventura humana y sentimental forzada para adecuarse a los anhelos artísticos de su alma mater. Un mosaico de disparates donde hay más excentricidad que humor, más histrionismo que emociones.

 

Border, instintos animales y thriller fantástico

(Ali Abassi, 2018. Nominada a los premios del cine Europeo, mejor película)

Sorprendente película de la cineasta sueca Ali Abassi que se hizo con el galardón al cine más alternativo en el pasado festival de Cannes. Cuenta la historia de Tina (una irreconocible Eva Melander) una guarda fronteriza con misterioso olfato, casi animal, y un insólito instinto para detectar a quienes pretenden cruzar la aduana burlando su vigilancia. En su planteamiento, la narración se centra en irnos descubriendo al peculiar personaje, mostrándonos su mundo ordinario: como detecta a un pederasta al cruzar la frontera, que pone a prueba su capacidad; su vida personal, junto a una excéntrica pareja, un cazador del bosque, así como su casa situada en plena naturaleza y rodeada de animales en libertad, con los que convive en perfecta integración. Hasta que aparece un elemento desencadenante de una nueva trama, que todo lo cambia: es el personaje de Vore, un hombre de sorprendente parecido con la mujer, que desprende un extraño magnetismo con el que Tina se siente identificada, algo así como un congénere con el que comparte muchas más cosas de las que en principio cabe sospechar. A partir de este momento la película va cobrando intensidad, con elementos misteriosos y la aparición de las fuerzas salvajes de la naturaleza y los mitos mitológicos que hacen referencia a elementos y seres sobrenaturales. Por momentos, una verdadera provocación a la sensibilidad, una llamada de atención sobre los convencionalismos sociales trasladados a personajes fantásticos.

Federico García Serrano

 

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