“El hilo invisible”: volcanes latentes

La política y sociedad marcan tanto, de manera realmente innecesaria, la conversación cinematográfica en medios y entre la audiencia que en la presente temporada de premios cinematográficos estadounidense ha ocurrido algo realmente anómalo y triste: que se olvide o no se tenga necesariamente en cuenta que uno de los mejores realizadores de nuestro tiempo ha estrenado nueva película. El californiano Paul Thomas Anderson finaliza una nueva película cada varios años, pero las pocas películas que nos ha brindado en las últimas dos décadas son, con una excepción (esa alucinógena y críptica Puro vicio), realmente excepcionales. Obras cinematográficamente maduras y ricas, pero también películas exigentes y complicadas, perversas, que dejan fuera a mucha gente. Y pese al reconocimiento crítica, su Hilo invisible es una obra en cierto modo radical. Una película formalmente depurada cuyo clasicismo visual esconde un relato de maneras nada académicas. Una historia de amor gótica cubierta de cine británico, puesta en escena de prestigio para un sobrio retrato del proceder de un meticuloso modisto que pone el énfasis en un amorío Hitchcockiano de personalidades salvajes, irreprimibles. Una narración pérfida y recargada, de formas sobrios pero empleo juguetón de las mismas. Experimento, en suma, de difícil lectura.

Un artículo de Néstor Juez Rojo

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